- No responde. Las lágrimas le resbalan por la cara. Querría secárselas, pero mi pañuelo está muy sucio. Pasa una hora. Sigo sentado, preparado, espiando cada uno de sus gestos por si desea algo. Si por lo menos abriera la boca y gritase... Pero sólo llora con la cabeza inclinada hacia un lado. No habla de su madre ni de sus hermanos; no dice nada. Debe encontrarse ya lejos de todo esto. Ahora está solo con su pequeña vida de diecinueve años y llora porque le abandona.
- ¡ Cuánta aflicción puede caber en aquellas dos pequeñas manchas que podríais tapar con vuestros pulgares; en los ojos!
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